Me encanta, un par de veces al mes, hacerme un homenaje. Algún que otro viernes, suelo ir a un centro de masajes a que me dejen como nuevo. Fui a un sitio que habían abierto nuevo a probar qué tal. Me lo había recomendado un amigo que estaba un poco viciado a esto de los masajes. Un mundo apasionante.
Estaba un poco nervioso cuando llegué a la puerta del sitio. Llamé y me abriste tú: ibas con una bata blanca bastante corta, unas medias blancas y unos zapatos con tacones del mismo color. La verdad es que no parecías una profesional del masaje. Más bien, parecías una actriz porno haciendo un papel.
Eras muy atenta y me hiciste escoger entre una larga lista de tipos de masajes diferentes. Yo no me decidía, pero me recomendaste el sensitivo a cuatro manos: placer por partida doble. Costaba casi cien euros, pero me hiciste una generosa rebaja. Eso me llenó de orgullo masculino.
Me llevaste hasta una sala y me dijiste que me duchara. Así lo hice. Al cabo de diez minutos apareciste tú y otra chica: una morena muy bien dotada, con bata y unas gafitas que le daban un aire muy sexy. Decididamente, eso no era un sitio de masajes.
Os llenasteis las manos de aceites y otros potingues y empezasteis a hacer el masaje. Era suave y muy relajante. Yo no paraba de hacer gemidos de lo bien que me sentía. Estaba a punto de llegar al nirvana cuando os empezasteis a tocar y a besar y a quitaros las batas y enseñarme vuestras tetas. Os recubríais el cuerpo de aceite y a besaros vuestras tetas. La verdad es que fue muy morboso. Entonces la amiga morena me quitó los calzoncillos de golpe, dejando a la vista mi polla, que estaba bastante dura.
Me agarró la polla con una mano y estaba relamiéndose cuando la apartaste y le dijiste que de eso te encargabas tú. Ella puso cara triste, recogió su bata y se marchó a saltitos. Cuando lo hizo, tú cogiste la polla con la izquierda, te inclinaste sobre la mesa y empezaste a lamerme los huevos. Fuiste subiendo por el tronco, lamiendo y frotando hasta llegar al glande. Entonces me la empezaste a chupar con mucha fuerza hasta que me corrí. Luego me acompañaste a la ducha y nos limpiamos entre mordiscos y besos.
Tengo que limpiarte los bajos- , te dije con la polla cubierta de jabón.
Y con ella te penetré varias veces. Seguro que se te quedaba el coño impoluto. Luego, para asegurarme que lo dejaba todo limpio, te di la vuelta y empecé a penetrarte por el culo. Estabas apoyada contra la pared del baño, a un metro del suelo. Yo te agarraba por las caderas y tu a mi con las piernas. Era una postura un poco rara, pero eficaz. Estaba tan llena de jabón que mi polla se deslizó sin ningún esfuerzo. Pegaste un grito ahogado, pero eso no me hizo volverme atrás, al contrario. Te empecé a dar más fuerte Sólo oía tus gemidos y el ruido de mis huevos golpeando contra tu culo.
Al salir de la habitación, te pregunté a qué hora salías pero no quisiste decírmelo. Estabas haciéndote la dura. Así que al salir de ahí, me metí en la primera cafetería y esperé. Esperé. Esperé.
Era ya de noche cuando te vi salir de ahí. Tu ropa de calle era todavía más sexy que la bata: con unos vaqueros ajustados y una camisa muy ancha, que dejaba ver un hombro.
Dejé unas cuantas monedas encima de la mesa y te seguí. Te metías en el metro. Estaba lleno de gente y por eso no me viste ponerme detrás tuyo. Poco a poco empecé a tocarte. El culo, la cintura, la barriga... Acerqué mi boca tu oreja y empecé a lamerte el lóbulo. Tú hacías como si no te enteraras de lo que te hacía.
El metro apareció y tú hiciste el amago de irte y cogerlo, pero te detuve, cogiéndote de la mano. Te arrastré hacia mi y seguimos enrollándonos mientras la gente subía y bajaba del tren.
No había ni un alma o eso parecía. Entonces metiste tu mano por dentro de mis pantalones y me agarraste de la polla. Sonreíste, te agachaste y me la sacaste de los pantalones. Empezaste a chupármela. Tú no lo veías, pero al otro lado de la vía apareció una señora mayor que se quedó horrorizada ante el espectáculo y se marchó corriendo.
Te agarré del pelo y te levanté. Joder, parecía que sólo ibas a chuparme la polla. Te bajé los pantalones de un desgarro, luego las bragas y te apoyé contra el banco de espera. Te cogí por las dos piernas y empecé a penetrarte. En cada sacudida, parecía que te ibas a soltar del banco. Parecías una muñeca de trapo.
Entonces, sonó el pitido del metro al llegar y aproveché ese momento para correrme en tu culo. Y cuando nos giramos para ver qué sucedía, decenas de personas que estaban en el metro, nos miraban sorprendidos. Algunos de ellos nos hacían fotos.
Nos subimos nuestros respectivos pantalones y nos metimos en el metro sin ningún rubor. Era hora de cenar y nos había entrado apetito con tanto ejercicio.
Un beso.
Escrito por Jake| 4 de Julio 2009 a las 01:20 AM|Sabía yo que alguna utilidad debían tener los extraños bancos de espera.
El Replicante es Inagotable| 4 de Julio 2009 a las 01:26 AM¿Y el despertador? ¿Cuando suena el despertador? Porque en estas cosas siempre suena un despertador.... Joder, a mi me pasa.....
P.D.: ¿Y la morena? ¿Es que nadie piensa en la morena?
El Replicante es MaY| 4 de Julio 2009 a las 11:50 AMINAGOTABLE: ¿Los bancos de esperma son así? Pues tendré que probarlo.
MAY: Siempre hay una despechada.
El Replicante es Jake| 4 de Julio 2009 a las 09:32 PMAlguien a leído esperma en vez de espera :P
El Replicante es Inagotable| 5 de Julio 2009 a las 05:25 PM¡Yo!
El Replicante es Jake| 5 de Julio 2009 a las 08:26 PM