LA ISOLA DEL SOLE

Buongiorno principessa.

Pues aquí estoy después de un poco más de una semana de vacaciones en Sicilia. Y qué os voy a decir, nos lo pasamos muy bien de aquí para allá en nuestro cochecito alquilado y esquivando a esos dementes sicilianos que conducen como el culo. Además que comimos demasiado bien y creo que todos engordamos cinco o seis kilos. Por eso es malo viajar en estas fechas, porque nos hemos cargado nuestra operación bikini.

Pero vayamos por partes.

Palermo, la capital de la isla, está hecha una mierda. Es sucia, vieja y está a un tris del derrumbe. Según leí, entre los gobiernos corruptos y la mafia, la pasta para la reconstrucción de la ciudad fue a parar a los bolsillos que no tocaban y hasta no hace mucho, que no se ha empezado a mejorar un poquito la zona.

Pero que esté hecha un asquito tampoco tiene por qué ser feo. Es el típico encanto de la decadencia, de las pequeñas calles oscuras, de la gente sentada en el escalón de su casa bebiendo un poco de Moretti, "la millore birra dil mondo. Posiblementi". Un poco al estilo de La Habana o Casablanca.

El resto de ciudades grandes, Catania y Messina, están muchísimo peor. La primera porque todo el extrarradio de la ciudad está destrozado por el volcán y nadie se ha dignado en reconstruirla. Y Messina ha tenido todavía más desgracias, por ejemplo, que tuvo el dudoso honor de ser la ciudad más bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial. Y todavía sigue todo hecho mierda.

Después de un par de días en la capital nos alquilamos un Fiat Bravo y nos pusimos a dar vueltas por la isla. Que es, sin duda, lo mejor que se puede hacer. Nos fuimos a ver Montreale "un monasterio benedictino cuya majestuosa catedral y claustro suponen la culminación del arte arabo-normando en Sicilia" y luego pequeños pueblecitos.

El último día fuimos al Etna, el volcán en activo más grande de Europa y subimos hasta arriba de todo. Fue una gozada ver los cráteres de lava y azufre y desde la cima, a 3.500 metros, se veía toda la isla.

Nos lo pasamos chupi calabaza, en realidad. Y comimos demasiado bien. Me encantaron los arancinis, una especie de bolas de arroz típicas de las islas. Y algunos sitios a los que fuimos a comer, caseros, donde entiendes el verdadero significado de la palabra puttanesca -porque pica mogollón- y si cometes el error de irte a un sitio medianamente turístico, además de cobrarte de más, te cobran los cubiertos.

Experiencias con los sicilianos tuvimos varias. La mayoría positivas. Hablando con uno de ellos, con el razonamiento que sólo da el alcohol, nos contó que el carácter siciliano poco tiene que ver con el italiano peninsular. Sí, gesticulan mucho, pero los hombres mayores de pueblo sobn mucho más amables que sus homónimos peninsulares.

De hecho, decidimos que los sicilianos de menos de cuarenta años son todos gilipollas y los de más, eran gente bastante agradable. Uno de esos momentos fue cuando, mirando el mapa para saber dónde coño teníamos que ir, se nos acercó un mecánico y nos explicó todas las cosas que había que ver en Palermo y luegos nos recomendó un sitio para comer. Fuimos para allá, y una hora después, mientras nosotros devorábamos las delicias de allá, apareció el tipo en cuestión para comprobar que habíamos llegado bien. Un solete recubierto de grasa de motor.

En fin, y ahora crisis post vacacional.

Un beso.