MARIANO SIN

Mariano era un tipo con dos problemas. El primer problema era, según sus propias palabras, que era desagradable a la vista. Según las palabras del resto de los mortales era más feo que un pecado.

Había algo pleistocénico en su cara. Algo prehistórico. No sabía si era la piel encallada que parecía las escamas de un reptil, la parte de maximofacial muy abrupta, sus ojos saltones,la cantidad sobrehumana de pelo que tenía por casi todo el cuerpo, su andar encorvado o que sus brazos, larguísimos, llegaran al suelo.

Técnicamente, ese no era su problema. A él le daba igual si era feo -o monstruoso, como le calificaban a veces- o no. En realidad, quienes tenían un problema era el resto de la gente. Le miraban y se asustaban, se quedaban mirándole, riendo -los más valientes- e incluso cambiaban de acera al verle. Bien mirado, también tenía sus ventajas: nunca había tenido que esperar para hacer cola de nada. Cuando se acercaba, el olor corporal que desprendía su cuerpo hacía que la fila de personas salieran en desbandada de delante. Su aspecto hacía que sus paseos por el centro de la ciudad fueran desértico. Nunca había tenido que apartarse para dejar pasar a nadie. Y ya ni hablemos de chocarse casualmente contra nadie. El resto de la humanidad se preocupaba de que aquellas cosas no pasaran.

El otro problema que tenía Mariano se lo achacaba a una broma pesada: poseía la polla más jodidamente perfecta de la Historia. 35 centímetros de largo y seis de ancho de misil cárnico que haría la delicia de cualquiera. El problema es que nadie se había atrevido a dar ese paso. Nunca había tenido la oportunidad de bajarse los pantalones para que la chica que le molaba en ese momento viese el aparatoso tesoro que guardaba entre las piernas. Ni siquiera las prostitutas se dejaban manosear por un tío con cara de haber sido fruto de un bestialismo múltiple.

No sabía cómo hacer para que las chicas supieran de su poderoso miembro. Al ser macho -aunque no quedaba muy claro de qué raza- el ser un fantasma quedaba bastante implícito. En pocas palabras, que no podía ir diciendo por ahí que la tenía increíble porque nadie le creería. Lo intentó una vez por Internet, pero lo únicos que le enviaban mensajes eran homosexuales depravados que tenían ganas de ser sodomizados.

Una vez, incluso, decidió hacerse una foto con la Polaroid de su primo. Pero la polla no cabía entera. Pensó en reducirla en Photshop, pero así perdería tamaño. Así que se fue a algunas discotecas con una foto en la mano, enseñándosela a las chicas. Entre el alcohol y que eran recintos cerrados, la mayoría no podían huir de él, pero no se mostraban muy partidarias de ser penetradas por el eslabón perdido.

Y ahí estaba. Treinta y tres años y sin saber qué era el sexo. Harto de su maldición, decidió finalizar su tormento, colocando su churra encima de la encimera de la cocina y cogió el cuchillo más grande que encontró. Tenía que ser de un tajo.

Estuvo dudando cinco minutos hasta que se decidió. Puso el cuchillo en forma de guillotina, cerró los ojos y ¡clack!. En un momento dado, la polla salió rodando ligeramente por el embaldosado llenándolo todo de sangre.

Mariano se tapó con una mano la herida y se fue corriendo al espejo más próximo. Se miró y se dio cuenta que su cara había cambiado por completo. Había perdido la gran mayoría del pelo de la cara, tenía la piel morena y unos ojos verdes intensos. Unos labios carnosos y un cuerpo fibrado y perfecto. Sonrió lacónicamente.

Ahora era el tío perfecto y seguro que ligaría con quien él quisiera. Pero no tenía polla, así que seguiría sin poder follar.

Un beso.