HÉROES

La cuestión siempre tiene que ver con potencia. Potencia, resistencia y conocimientos básicos de velocidad relativa.

Estella estaba en la cama apoltronada. Estaba desnuda, mientras su boca emitía gemidos cortos pero fuertes. Pocas veces había sentido algo tan fuerte. Tan placentero. Tan especial. Por otro lado era normal, estaba siendo penetrada por el Capitán V.

El Capitán V era el súper-héroe más famoso de La Tierra. Tenía una super sonrisa pegada en un súper cuerpo. Era la envidia de todos los hombres y el deseo de todas las mujeres. Incluso una vez, una archi-enemiga conocida como La Araña Patraña cayó ante sus numerosos y cuadriculados encantos. Ahora era una súper aliada.

Con sus modelados brazos agarró los glúteos de ella y tiró hacia él. Cada sacudida era como si cayese una bomba.

El día que le vio por primera vez, él estaba salvando un colegio. Acababa de atacar Topomán, el señor de los subterráneos y las medias de rejilla. Por supuesto ella sabía donde estaría, allí fue, con una bonita mini falda y un escote de impresión. Desentonaba un poco al ser las once de la mañana, pero le daba igual.
Cuando se miraron, hubo un flechazo. O eso pensaba. Él era tan apuesto. Y sabía que le gustaba porque su “cabeza pensante” estaba tiesa y se le salía por entre los calzoncillos que, para variar, tenía por encima de las mallas.

Cuando creía que todo había terminado, el Capitán le dio la vuelta con apenas esfuerzo, colocándole la cabeza suavemente apoyada en la cama. Después metió a “mini-V” por su culo y todo volvió a comenzar. Boom, boom, boom.

Coincidieron en un par de fiestas más. Era todo premeditado, claro. Ahí donde sabía que aparecería el Capitán, estaba ella reluciente. Poco a poco se estaba convirtiendo en una cara familiar para él. Sabía que lanzarse a por él como una loba en celo no serviría de nada. Él tenía varias amiguitas íntimas más jóvenes y más sexys que ella. Su táctica era mucho mejor.

Boom, boom, boom. No parecía cansarse nunca. Por eso era un súper-hombre. Cada embestía, parecería que sería el último, pero no era así. Quizás con su fuerza sobrehumana fuese capaz de atravesarle por la mitad con su p… No, era imposible. O eso esperaba.

Unos meses después, cuando el Capitán salvó la ciudad de aquél meteorito extraterrestre devora-cerebros, le conoció. Estaba en mitad de la calle hablando con el jefe de policía sobre medidas que tomar contra visitantes extraterrestres, cuando él se quedó mirándola. Pasaron millones de segundos y él se acercó. Sus ojos estaba fijados en los de ella, sin inmutarse de nada más.
Sin decir palabra, él le tendió la mano. Ella dudó unos instantes, pero la acabó cogiendo. Él se la llevó volando. Cenaron en la Torre Eiffel. Miraron las estrellas desde el Sydney Opera-House. Follaron en una de las manos del Cristo del Corcovado. A las tres en punto estaba entrando en su casa por la ventana.

Ella aguantaba y aguantaba. Sólo quedaban unos segundos para que probablemente explosionara de placer cuando notó algo. Él había flaqueado. Estaba cansado.
Le apartó como pudo y se puso de rodillas delante de él. Agarró a “mini-V” con las dos manos y se metió en la boca.
La cara de él se convirtió en una mueca de felicidad. Ella tenía una sonrisa malévola en la cara.
Sacó la polla de la boca y empezó lamerle. Entonces él lo vio. ¡Tenía la lengua verde!. No sabía qué hacer. Pensaba huir, pero le tenía agarrado del rabo… Al final se cayó al suelo, exhausto. La cara la tenía blanca. Sudaba. Y tenía en la cara grabada una expresión de pánico.
Ella se puso encima suyo, sujetándole pies y manos. Él intentaba huir pero estaba muy débil. Después de unos minutos de pelea, él dejó de forcejear.
Ella le tomó el pulso, se visitó y se marchó.

Lo último que pensó el Capitán fue que la vida era una puta. Ojalá su única debilidad fuesen extraños trozos de su planeta extraterrestre. Pero no, eso en la vida real no pasaba. Su debilidad era el sabor eucalipto. Expiró.

Un beso.