1 de Mayo 2004


EL HOMBRE SIN VOZ

Como todas las mañanas, sonó el despertador. ¿Cómo podía ser que sonase tan pronto? Creía recordar haberse acostado hacía menos de cinco minutos.
Hank se levantó y se colocó las zapatillas en los pies. Casi inconscientemente se metió en el baño mientras rascaba profundamente sus huevos.
Se bajó los pantalones y meó. El líquido amarillento salió en todas direcciones, salpicando todo el cuarto de baño.
Se duchó rápidamente sin enjabonarse ni lavarse la cabeza. Ya se había enjabonado hacía tres o cuatro días. Salió de la ducha creando un pequeño charco de agua y se colocó una toalla alrededor de su cintura.
Se acercó al lavabo y se llenó la cara de espuma de afeitar. Aunque el espejo estuviese lleno de vaho no era motivo para no afeitarse hoy. Conocía perfectamente cada milímetro de su cara.
Después del afeitado se vistió. Americana, corbata, camisa, zapatos, parece mentira como la gente acaba haciendo las cosas que más odia. Siempre pensó que podría vestir como a él le gustaba. Vivir soñando. No hacer nada. Quedar con los amigos. Salir de marcha. Todo eso se acabó.
Cuando estuvo listo para salir, cogió su maletín y se dirigió a la puerta. Llamó al ascensor mientras buscaba las llaves de su Saab. Entró en el ascensor donde había un hombre de mediana edad con pantalones de ciclista y camisa sin mangas rosa, acariciando a un perro.
Llegó a su coche, y se sentó. Cuando estaba colocando el espejo retrovisor de manera correcta se dio cuenta. No tenía boca. ¡Había desaparecido!.
Intentó gritar, pero ningún ruido salió de él. Intentó despegar su boca con las manos, pero era imposible, era como si nunca hubiese tenido boca.
¿Qué voy a hacer ahora? Pensó. Tengo una reunión en veinte minutos. Me van a despedir. Voy a perder mi casa, mi coche. Voy a perder a mi novia. Ya no podré besarla. No podré comer. No podré fumar. ¡Diosmiodiosmiodiosmio!.
Aceleró el coche rumbo a su médico de cabecera. Aparcó en doble fila. Salió corriendo del coche al edificio.
Cuando la enfermera le vio, fue corriendo a buscar al médico. Le tumbaron en un diván y empezaron a investigar.
- Creo que esto ha sido obra de la madre naturaleza, señor- dijo el médico- lo
único que puede hacer es descansar. Llamaré al Colegio de Médicos, no se preocupe. Seguramente tendrán una solución para usted. Y por el alimento no se preocupe. Cada tres días le daremos una caja de suero con el que podrá alimentar su cuerpo, hasta que su estado sea normal.
Hank tenía ganas de preguntar cosas, pero no podía. Hizo gestos con las manos, y miraba sudorosamente a la enfermera y al médico, pero no consiguió nada.
Se marchó de vuelta a su casa. No tenía nada. Su vida había terminado de repente. ¿Por qué Dios le había hecho esto?. Él había sido buena gente, bueno, al menos había sido tan bueno como los demás, ¿por qué no le había pasado eso a su jefe? Que Hank supiese, su jefe, a parte de retrasarse siempre en los pagos, tenía una amante, y extorsionaba dinero a Hacienda. Él era más malo.
Cuando llegó a casa cogió un rifle que tenía guardado y metió munición. Tenía suficientes balas.
Condujo hasta la oficina de su empresa, con el rifle escondido en la chaqueta. Entró sin problemas y se dirigió a la sala de juntas.
Entró con un portazo y sacó el rifle. Allí estaban todos. El jefe cabrón, le había estado puteando siempre que había podido; la secretaria que se follaba el jefe. Recordaba como él le había pedido para salir y ella se había reído en su cara. Zorra. Había otros miembros en la junta. Pequeños hijos de puta que aspiraban a ser el pez gordo tarde o temprano. Todos ellos merecían morir.
Disparó a la cabeza del jefe y ésta estalló como una calabaza, salpicando toda la habitación de sangre y sesos.
La secretaria empezó a gritar. Hank apuntó. El disparo le golpeo en el pecho y la lanzó hacia atrás.
Algunos ejecutivos intentaron salir de la sala, pero Hank estaba en la puerta de salida y disparaba a todos los que se acercaban. Poco tiempo después no quedaba nadie más que él. Salió de la sala y vio que en el hall no había nadie. Todo el mundo debía haber salido corriendo.
Entró entonces un policía, con el arma en la mano, gritando la típica frase. Hank fue más rápido y disparó. La bala le reventó la pierna e hizo que la pistola del policía saliese volando a varios metros de él.
Hank se acercó y vio al poli herido, con las manos en la rodilla intentando que no saliese más sangre.
-Por…favor, por favor...- decía el madero.
Hank le disparó en la cabeza.
Mientras volvía a cargar el arma salió a la calle. Fue a por su coche. Allí vio a dos poli escudándose tras la puerta. Uno de ellos se levantó para disparar pero antes de eso recibió el impacto de una bala en el pecho.
Mientras disparaba, el otro policía disparó, hiriéndole en el costado. Disparó dos veces más; una en el estómago y otra en el pecho.
Hank soltó su arma y consiguió gruñir de dolor. Luego un grito. ¡Se había curado!. Una sonrisa apareció en su rostro antes de que todo se apagase.

Basado en un cuento de Charles Bukowski.

Escrito por Jake| 1 de Mayo 2004 a las 12:35 PM|


Comentarios

una sonrisa... m bueno, pasarlo bien el finde

El Replicante es Electra| 1 de Mayo 2004 a las 04:14 PM

thank you electra. y que lo pases bien este finde..o lo ke keda de el

El Replicante es Jake| 1 de Mayo 2004 a las 06:31 PM

aaaaaaaaaaaaaargh! No quiero que sea lunes, no quiero, no quiero, no quieroooooo! A partir del lunes tendré que aguantar a una supervisora tipo a tu finlandesa!!! Aaaaaaaaargh!

El Replicante es Lyzzie| 2 de Mayo 2004 a las 12:55 AM

mmmm... ahora sabras lo que vale un peine pequeña :p. en serio hay una estrategia infalible, la vi en parque jurasico: cuando ella este cerca, intenta no moverte demasiado, a lo mejor no te ve y pasa de largo :p

El Replicante es Jake| 2 de Mayo 2004 a las 01:07 AM


¡Al ataque!










¿Debo recordarte?