16 de Mayo 2011


SANS CLUB

En algún lugar de la eterna Francia, probablemente entre las localidades de Utopie y Chimère, está la ciudad de Sans. Más que ciudad es un pueblo y más que un pueblo es un pueblo fantasma. Sus calles están siempre desiertas, habitadas solo por una eterna ausencia. No hay vendedores en puestos callejeros ofreciendo verduras voz en grito, ni compradores, ni niños correteando detrás de un balón, ni madres correteando detrás de los niños que corretean detrás de un balón. No hay vida, no hay nada. Solo silencio.

A veces, solo a veces, una sombra se proyecta sobre los adoquines de la triste ciudad de Sans. Si sigues ese dibujo en el suelo hasta la figura que lo genera, te encontrarás con la presencia puntual y lacónica de alguno de los futbolistas de su club de fútbol, el Sans Club, que pasea por el casco antiguo de la ciudad con la mirada perdida en el suelo, recordando probablemente épocas mejores en las que un estadio abarrotado de público coreaba su nombre.

Aquí nadie canta su nombre, porque el Sans Club no tiene seguidores. No hay peñas, ni ultras, ni fans que viajan con el equipo en sus desplazamientos a los partidos fuera de casa cantando desde la parte de atrás de los autobuses. Y a decir verdad, aunque tuviera esos fans, tampoco podrían viajar con el Sans Club, porque el Sans Club no juega partidos fuera de casa... y tampoco en casa.

El Sans Club no tiene estadio, ni camiseta, ni bufandas con sus colores, ni merchandising.

El Sans Club sólo tiene futbolistas. ¡Ah! Pero qué gran club es el Sans Club que en esto no le gana nadie. No hay plantilla del mundo que pueda competir en número frente a la del Sans Club. Cientos de jugadores están enrolados en sus filas. Casi todos han pasado alguna vez por ellas. Y los que no lo han hecho, lo harán. Porque el destino es inevitable y el destino de todos los jugadores de fútbol del mundo es terminar, tarde o temprano, en el Sans Club.

Nadie debía saber del Sans Club hasta repasar la historia de Federico Magallanes, aquel fantástico delantero uruguayo que pasó por las filas del Real Madrid, Sevilla y Racing de Santander y que también pasó por Francia, donde estuvo un año en el Dijon. Entre equipo y equipo, había una temporada que parecía que estuvo sin club. Al menos eso rezaba en su ficha de L`Equipe, pero el redactor no cayó en apariencias y señaló eso que a los demás se nos escapaba. Donde otros leían sans club ("sin club" en francés), él leyó Sans Club. Estaba claro: ese año, Magallanes jugó en el modesto (¡modestísimo!) Sans Club francés.

Basta un pequeño repaso a L´Equipe para comprobar que muchos son los jugadores que han pasado por el que desde hoy es nuestro club de fútbol favorito. Incluso internacionales galos como Wiltord o Barthez han lucido su camiseta.

Ahí comenzó la leyenda. Hubo algunos que incluso recordaban goles marcados con la zamarra invisible del equipo francés, que al parecer competía en la Ligue 2. Otros, encontraron compañeros de equipo. Otros recuerdan que Robert Cristophe jugó dos temporadas completas en el Sans Club donde obviamente (y tan obviamente) no llegó a jugar ningún partido.

Pero la etimología recuerda que nada de lo virtual es del todo real. Quizá por ello, la historia no se cerraría completamente hasta que diera el salto al papel. Lo hizo. Y lo hizo en las dos revistas de fútbol de nuestro país. La extinta Fútbol Life y Don Balón, dieron al Sans Club el estatuto de realidad que se merecía, de nuevo con la historia de Magallanes.

Ya era oficial. Estaba en las hemerotecas. Magallanes jugó en el Sans Club francés. El Sans Club existía. Sans existía.

Si Sans tuviera habitantes, ahora estarían felices. Se avecina la mejor época del año, en la que el pueblo recibe centenares de visitantes. Coincide con el verano, pero no son turistas los que vienen a Sans, sino futbolistas que por una razón u otra pasan a enrolar las numerosísimas filas del Sans Club, el equipo de los jugadores a los que ningún equipo quiere.

Los cronistas de esta migración masiva de porteros, defensas, medios y delanteros calientan sus dedos. Wikipédicos, consultores del rincón del vago, parabólicos sin parabólica y plagiadores varios, esperan ansiosos el momento de ponerse a teclear. Da igual lo que las letras en realidad construyan -los buscadores de Google no han aprendido a leer aún, solo a indexar-, lo importante es escribir, escribir sin parar. Sea la historia real de un equipo real de una ciudad real o el cuento que no es cuento de un equipo que no existe, en una ciudad que no está en los mapas.

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Un beso.

Escrito por Jake|16 de Mayo 2011 a las 08:48 AM|


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