Decían en la obra teatral de Spamalot que para que una obre funcione, tiene que estar dirigida o producida por judíos. Los judíos son los reyes de la comedia y Woody Allen el rey de los judíos -con permiso de Jesucristo-, así que la película tiene que funcionar. Sobretodo porque ahora no sólo cuenta consigo mismo sino con la genialidad de otro grande: Larry David.
Desde que estamos en el siglo XXI, Woody Allen hace una peli buena de cada tres malas. Y después de Scoop, Cassandra's Dream y Vicky Cristina Barcelona, ahora tocaba una buena al fin. ¿Será su retorno a Nueva York?
A mi me ha gustado. Es muy divertida, aunque no es la más divertida de Allen, lo que pasa es con la de mierda que nos ha hecho tragar últimamente...
La historia va sobre Boris Yelnikoff - Larry David-, un tío que estuvo a punto de ganar el premio Nobel de Física, pero que después de varios ataques decidió desvincularse de todo eso y dedicarse a dar clases de ajedrez a niños. Todo iría bien si no fuese porque Boris es un tío desagradable, misógino, maleducado. Un auténtico gilipollas, vamos. Tan gilipollas que todo el mundo le deja de lado.
Hasta que un día se encuentra por las calles con Melody -Evan Rachel Wood-, una chica veinteañera de un pueblo perdido de Missouri que le hará cambiar toda su vida.
La cosa va bien durante la primera hora de película, pero en cuanto aparecen más y más personajes, eso se empieza a liar y degenerar hasta límites insospechados. En su intento de dar vueltas sobre la idea de que las relaciones sentimentales dependen de un encuentro afortunado y de que, en efecto, luego la cosa funcione, Allen va introduciendo caracteres y situaciones de trazo más grotesco y muy poco creíble.
Otra de las cosas que me han gustado es la sátira sobre los pueblerinos que llegan a la gran ciudad y se convierten en supermodernos y superbohemios y cambian completamente su forma de ver el mundo. Eso pasa en todas las ciudades de la Tierra. Y sin embargo no parece haberla aprovechado del todo.
Un beso.