BLANCO Y NEGRO

Es difícil reconocerse a uno mismo cuando uno tiene las pupilas en forma de reloj de arena. Con ellas, veo la demacración de personas y cosas. Lentamente, casi de manera imperceptible, las arrugas van apareciendo en la cara. Empiezan a formarse patas de gallo alrededor de los ojos y el pelo empieza a desaparecer de la cabeza.

Sólo dura unos segundos, porque en cuanto parpadeo la persona vuelve a tomar su forma original. El proceso se empieza a repetir otra vez. Y acaba convirtiéndose en un círculo vicioso que no cesa nunca.

No sé si es por esa maldición que recibí en la Torre de la Alta Hechicería, cuando vendí mi alma al Amo del Pasado y del Presente, pero, a veces, cuando me miro en el espejo, no consigo reconocerme. La esencia sí, porque la esencia no se pierde nunca, pero hay algo que me parece perturbadoramente desconocido.

Quizás es el tiempo que a todos nos pasa inexorablemente, pero algo me dice que las cosas no deberían ser así. Estar de esa manera. ¿Genética?¿Dios? Pero hay algo que es la culpable del mal envejecimiento de mi marchito y cansado cuerpo.

Estoy siempre cansado. Duermo demasiado. Toso y enfermo con mucha facilidad. Y encima mi piel tiene un tinte dorado. Sé que envejezco mal, lo que me molesta es que envejezca más. Una persona debería tener siempre la apariencia de su edad, al menos a lo que se refiere a los órganos internos.

En blanco y negro. Veo todas las cosas en blanco y negro. Con ligeras alteraciones grisáceas. Pero el mundo ha dejado de tener variedad cromática. Ahora el sol no es más que una bola circular de un blanco luminoso y el cielo es un mar infinito de grises. El suelo es azabache.

Como me paso las noches en vela, suelo ver el mundo en negro, con pequeños destellos de cosas blancas o grises. Blanco sobre negro y no al revés. Es más elegante.

Un beso.