TIEMPOS MODERNOS

Juanjo, o como le gustaba que le llamasen, Jean-Jaques se levantó. Se duchó, se acicaló y se peinó. Se peinó para despeinarse. Ese acto definía completamente la movida moderna en la que se veía metido sin remedio.

Fue a su armario y miró la ropa que se iba a poner. Podía ponerse la camiseta roja con rayas horizontales negras. O la blanca con rayas horizontales negras. Se pondría la blanca, a fin y al cabo era primavera. Se puso unos vaqueros y sus Converse y encima una americana de pana. Antes las americanas de panas eran para los comunistas y sociatas concienciados. Ahora son para los modernos. Se lo había comprado todo en el Springfield por una pasta, pero le gustaba decir que se lo había comprado en el mercadillo del barrio de Portobello en Londres. Era más cool.

Por último cogió su estuche y sacó unas gafas de pasta. No llevaban cristales, porque su visión era perfecta, lo que era muy injusto. Él quería ser una de esas personas tan interesantes e intelectuales y otras palabras que empiezan por “inter-“ y ser miope. Pero no lo era. Pero eso no era motivo por el que no pudiese llevarlas.

Cuando se acabó de lavarse los dientes vio la imagen. Era una gota de agua que iba cayendo del grifo del lavabo. Iba tan lentamente que se podía fotografiar perfectamente. Cogió su cámara y hizo varias fotos. No sabía muy bien por qué fotografiaba esas cosas, pero es lo que hacía toda la gente esa. Querían aparentar una gran vida interior. Mostrar belleza en cosas de la vida o algo así. Lo que sabía es que le iba a costar una pasta la máquina de revelar fotos del Corte Inglés. La vida alternativa era muy dura.

Cogió su Mac Pro, y lo metió en la bolsa. Era una mierda. No podías usar el e-mule. Ni jugar al Command and Conquer. Sólo servía para hacer cosas que él no tenía ni idea. Y además tan caro… Su padre era carpintero y ya estaba hasta los cojones de que le pidiese dinero para sus tonterías. Debería haber subvenciones para cools. Además se acababa de enterar que El Rebaño de Ovejas, la disco más cool de la ciudad acababa de subir el precio hasta casi 20 euros por persona. Su consciencia le decía que no debía ir más, pero entonces la gente ya no le respetaría.

Mientras iba en su bici y encendió su ai-pod. Intentaba entender lo que decían las letras de Los Planetas. Tenía una teoría en la que J realmente no decía nada, sólo murmullaba. Y esa música… eran las ocho de la mañana y esa música le daba ganas de echarse una cabezadita más.

Un ronquido encima de una bicicleta a veinte kilómetros por hora suele ser fatal. Y para los alternativos más. La hostia hizo parar la bolsa con el portátil y la cámara digital en un carril bus y poco después fue teatralmente arrollado por un autocar; el mp3 se encestó en una basura cercana donde el día antes una extranjera había estado vomitando gambas y paella; el manillar delantero se había partido para siempre jamás y las gafas se habían doblado. Suerte tuvo de no llevar cristales porque se habría cortado la retina.

Se levantó dolorido. Con un hombro descolocado y algunas rascadas en codos y rodillas. Y rogó a Dios que se pusiese a llover. Era La Escena que llevaba esperando. Ni su dedidad Gondry lo hubiese filmado mejor… por favor, llueve condenado. ¡Por favor, llueve!.

Cuatro o cinco segundos después y seguía sin llover. Y es que Dios se quedó mucho más anticuado que para ser un supercool. Como mucho era beatnik.

Recogió sus cacharros rotos y arregló la bici como pudo. Mañana iba a ir con el grupito a París. Él debía haber nacido en Francia. Todo era tan cool. Ser fotógrafo en París era su sueño. Se hubiese apuntado a clases de francés, pero vivía en un pueblo de dos mil habitantes y lo más gabacho que había encontrado era una croissantería. Eso de vivir en un pueblo era una mierda, porque nadie entendía sus necesidades. Incluso cuando se tiñó el pelo de naranja le tacharon de homosexual. Tenía que irse a vivir a un lugar más grande. Donde todo el mundo fuese como él.

Estaba tan cansado que dejó de pedalear. La bicicleta iba cogiendo velocidad mientras bajaban por la calle empinada. Era el peor momento para que se pusiera a llover porque…¡plaf!

Juanjo se comió sesenta metros de asfalto. Y después tuvo que reaccionar para que el coche que le seguía detrás no le pasase por encima. Pero lo consiguió. Al fin y al cabo, Dios no es una deidad malvada. Sólo un poco cabrona. Y beat.

Un beso.