SNOOPY

Snoopy se colocó el sombrero y bajó. Habían algunas veces en las que maldecía haberse colocado como mote el nombre de su perro. Sobretodo cuando se presentaba a las chicas. Pensó por qué no se le había ocurrido algún nombre más chulo para su perro, como “Caín” o “Brutus”. Fue desdichado durante toda su vida y ahora, él, al incorporar su ridículo nombre, sería infeliz también.

Unas catacumbas son unas catacumbas. Túneles antiguos. Telas de arañas. Ratas. Antorchas colocadas en las paredes. Y tumbas colocadas a ambos lados. Luego una verja de metal oxidado, y en una habitación olvidada, una tumba mucho más grande donde se guardaba una reliquia de valor incalculable, o un pergamino que señalaba el camino hacia el Paraíso. Conoces una catacumba y las conoces todas.

Se quitó la mochila de la espalda y la dejó caer al suelo con un sonoro estruendo. Soltó un bufido recordando que su ayudante, Pak-suo-won, estaba en el coche esperando a que terminas. Para “vigilal si vienen lol malol, señol”. Por algún motivo que no comprendía, no conseguía imponerse a la variable voluntad de sus colegas que, casi siempre, hacían lo que les apetecía. Nunca se perdonaría la vez que no supo decir que no cuando uno de sus ayudantes sugirió que podía proteger a su propia esposa “encerrándose los dos en un dormitorio muy pequeño”.

Cogió un martillo y un cincel y estuvo golpeando la cerradura de la verja un buen rato hasta que, por fin, se rompió. Luego hizo un pequeño esfuerzo en abrir las dos compuertas que hicieron un teatral ¡creek!. Luego desanduvo unos pasos, recogió la mochila y demás utensilios y desanduvo unos pasos más.

Al cabo de unos momentos, Snoopy volvió arrastrando una pesada silla de ruedas, donde un viejo de noventa años, vestido con un pijama de color azul y rayitas, llevaba un suero colgando.

A trompicones, metió la silla por la puerta, pero se quedó encallada por culpa del volumen de las ruedas.
- ¿Es que… nunca harás nada bien, Mary Jane? – preguntó débilmente el anciano.
- Te he dicho mil veces que no me llames Mary Jane. Llámame Snoopy.
- Te lo he contado mil veces. No sabíamos si ibas a ser niño o niña y decidimos ponerte nombre de chica.
- ¡Podrías habérmelo cambiado en cuanto visteis que tenía pene!
- Reconocer un error no es algo que nos guste en nuestra familia, MJ… además, eso debería haberte hecho más fuerte.
- Claro, ¡ahora dirás que, a parte del nombre, os he salido una nenaza!
- De momento no puedes ni meter la silla por este hueco. En mis tiempos, te metíamos la nevera, la lavadora y la secadora juntas.
- Lo estoy intentando pero no pue…un momento.
- ¿Qué pasa?¿Has visto un fantasma?
- ¡Es tu maldito palo del suero! ¡Quítalo de ahí, gilip…!
- Mira que hablarle a un padre así… no tienes vergüenza. Con lo que nos costó educarte.
- ¿Debo recordarte que me metiste en un internado hasta los 25 años?
- Por eso. Una pasta nos costó tu educación.
- ¡Ya está!- por fin consiguió meter la silla por el hueco de la puerta y empujarla hasta el centro de la sala, donde había una gran tumba.

Sin la ayuda de su padre, que sólo le daba palabras de desánimo y desaliento, consiguió abrir la tumba, que pesaba un quintal. Dentro, a parte de huesos y polvo, había una nota. Snoopy la cogió.

“Blablabla…muerte y destrucción…blablabla… plagas mortales…. Muerte al demonio blanco… blablabla… y aquel que pise el botón maldito, estará condenado a vivir por siempre en la peor de sus pesadillas”.

Vamos, que le contasen a él lo que era vivir en un infierno. Era un arqueólogo llamado Mary Jane y cuyo apodo era Snoopy. Había vivido tanto tiempo en un internado, bajo la estricta mirada de los curas que no sabía nada de las relaciones interpersonales. Y el sexo… el sexo era algo que le pasaban a otras personas. Estaba tan acostumbrado a la vida en ese lugar que hoy en día, todavía se iba al baño a masturbarse mirando una revista porno.

Retrocedió unos pasos y algo hizo ¡clic!. Hubo un momento que duró una eternidad, mientras el cerbero del aventurero iba reaccionando a lo que estaba pasando. El techo tembló y empezó a desplomarse.

Mary Jane cogió a su padre y empezó a correr por el pasadizo lo más rápido que pudo. El padre iba agarrado a la silla con una cara de terror en la mirada, mientras notaba como el cuentakilómetros cardíaco iba acercándose peligrosamente a la posición “ataque de miocardio”.

Un cascote impactó en la cabeza de MJ, que le hizo perder el equilibrio, caerse y llevarse la silla de ruedas con él. Al cabo de unos segundos, estaban completamente rodeados por cientos de cascotes. Estaban encerrados.

-Mary Jane, llama al chino de tu ayudante a que nos ayude.
- No, la radio no funciona…
- ¿Y para qué la has traído?
- Porque en según que profundidad si que…
- ¿Has traído una pala?
- No.
- ¿Pero tu no cavabas?
- No.
- ¿Y en que trabajas?

Snoopy resopló. El pergamino tenía razón. Esta era la peor pesadilla que podía sufrir. Lo bueno es que sin agua no tardaría en… clop, clop. Unas gotas de agua iban cayendo pesadamente encima de ellos. Colocó la cantimplora para que se llenara de agua.

Algún día alguien haría una película de su vida. Cambiarían algunas cosas insignificantes como que a los veinte años todavía se meaba en la cama. O que le tenía miedo a las serpientes. Imaginaba a Rock Hudson en su piel. salvando a mujeres hermosas de misteriosas sectas. Algún día se haría famosa algunas de sus historias, como la de Snoopy Sánchez y el Santuario Maligno.

Esperó.

Un beso.