ADIÓS SADDAM

Querido Saddam, moro de la morería. Moro que en tu zarza moras.

Tu vida siempre ha sido dura, ¿verdad?. Desde pequeñito pobre como un demonio, sufriendo malos tratos por parte de tu padre, y fuiste un analfabeto durante un montón de años. Demasiados. Es normal, entonces, que te radicalizaras y rechazaras lo que venía de fuera. Probablemente, si hubieses sido educado como dios manda, te hubieses dado cuenta que el pensamiento ese del nacionalismo radical es una gilipollez. Pero venga, estamos en Navidad. Así que te perdono.

Es curioso, pero a diferencia de la mayoría de los Enemigos de la Humanidad de origen árabe –como Osama y Mamud- tú no eras nada religioso. Y eso está bien, oye. Al menos no se te puede meter en el mismo saco que esa gente que lucha por culpa de la jihad y esas historias tan del medievo. Lo tuyo era mucho más visceral. Casi parecías un dictador europeo. Muy bien.

Ya con veinte añitos tuviste tu primera condena a muerte. ¿Te acuerdas? Eran buenos tiempos, siendo miembro de un comando activista. Poniendo bombas y esas cosas. Una pena que fallara el atentado contra Kassem. Bueno, quizás fue lo mejor, ¿no? Te largaste a Egipto e incluso fuiste a la universidad de El Cairo.

Fue una pena que no pudieras participar en la muerte de Kassem, pero al menos ten la satisfacción que fue Baaz quién lo preparó todo. Luego pudiste volver a Bagdad, malandrín. Ahí empezó todo.

Por segunda vez tuviste suerte, porque en los años sesenta conseguiste escapar de la cárcel a lo Prison Break: mientras te trasladaban de una prisión a otra. Que chulada. En la clandestinidad mandaste a tus tropas para derrocar a aquél gobierno extraño que era una especie de poder compartido.

Luego ya vinieron las purgas. Matar a otros políticos que estuvieran en desacuerdo contigo, y esas cosas. Es otro punto muy parecido al de Stalin o Hitler. Hasta que Irak se convirtió en lo que tú querías. Era un país reprimido, pobre, donde sólo el grupo sunita vivía con algo de poder. Al resto –los chiítas, shiítas y kurdos- los mataste sin ninguna contemplación. Les odiabas. Aunque tu forma de hacerlo fue menos sutil de lo que debería haber sido. Supongo que a nadie le importaba lo que pasara en ese desierto.

Hasta que se descubrió la increíble cantidad de petróleo que había por la zona. Te enriqueciste tú solito, mientras tu pueblo moría de hambre. Eso me recuerda a los dictadores africanos. Mobutu, sobretodo. Al fin y al cabo, tampoco tenías una idea muy clara de tu función como dictador. No querías un espacio vital, ni una revolución permanente. Ni una Irak Grande y Libre. Sólo querías poder.

Tampoco te podemos echar la culpa de todo. Ya sabemos que eras medio analfabeto. Y la política internacional es cambiante y diversa. Supongo que no entendiste por qué en la guerra contra Irán por sus campos petrolíferos sí que te apoyó la ONU, y en cambio cuando te anexionaste Kuwait no. Porque no seguiste las reglas, tronco. Con el segundo, pensabas no compartir tu riqueza con tus amigos occidentales, y eso costó caro.

Al final de todo, te encerraron en una prisión y te sentenciaron a muerte. Por matar a 148 shiítas en una población. Por las fosas comunes. Por la guerra contra Irán. Por la utilización de armas químicas en Halabja. Por la invasión de Kuwait. Y, sobretodo, por ponerte tonto con los Estados Unidos.

Este año han muerto tres Enemigos de la Humanidad – Augusto, Milosevic y Saddam-. El año que viene, que se prepare Corea del Norte.

Un beso.