LAS PUTAS FLOTAN

Hacía un año que no venía aquí. Hace exactamente trescientos sesenta y cinco días y dieciséis segundos. Parece que fue hace una eternidad.

Recuerdo que es noche no estaba para muchas hostias. Acababa de dejarlo con Julia y sólo me apetecía quedarme en la cama bajo diez kilos de mantas. Pero, como siempre, llamó Iván. Tenía un don especial para convencerme para hacer cosas. Quedamos para tomar unas cervezas en la plaza. Pagaba él.
La situación no ha cambiado mucho. De día es un bonito lugar. Un lugar donde los niños juegan a la pelota y las ancianas cruzan cargadas con bolsas de supermercado. De noche es un lugar tétrico, lleno de mendigos y borrachos. Es uno de esos sitios donde puedes encontrarte todo y nada. Lo mejor y lo peor.

Creo que bebimos ocho o nueve jarras de cerveza cada uno. Iván, doblado, intentaba ligarse a una italiana rubia que estaba sentada en otra mesa, pero sólo consiguió su número falso. No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero al final nos levantamos para irnos. Recuerdo que no paraba de lloriquear esa noche. Cuanto más bebía, más me acordaba de Julia. Quiero ahogar mis penas, pero las muy putas flotan.
Iván, el hombre más alegre a este lado del Atlántico, no paraba de cantar y bailar. Al final de su numerito me dijo que iba a un cajero porque tenía que sacar dinero. Yo aproveché la ocasión para acercarme a la iglesia de la plaza y mear en una esquina.
Fue cuando me giré, cuando se derrumbó mi mundo. Un mendigo salía corriendo del cajero donde estaba mi amigo. Llevaba unas Nike en las manos. Eran las de él. No sabía si perseguir al mendigo y prenderle fuego o socorrer a mi amigo. El alcohol no ayudaba y me giré a trompicones para acercarme al puto BBVA.

Me costaba seguir el camino porque veía muy borroso. Y tenía ganas de vomitar. Pero conseguí llegar. Iván estaba tendido en el suelo. Tenía una fea herida en el estómago.
Toda la camiseta de los Asian Dub Foundation empapada de sangre.
Me agarró y tiró de mí. Al oído, me dijo que se iba a morir y que no me preocupara de nada. Que me quería mucho. Nos saltaron lágrimas a los dos. Marqué con mucha dificultad el teléfono de la ambulancia, aunque sabía que no llegaría a tiempo. Pasamos los momentos en silencio. Mirándonos. Hasta que al final, expiró.
No salí de esa cabina hasta que el sol ya estaba en lo más alto del firmamento. Llorando por mí. Llorando por él. Llorando por ella. Al final conseguí arrastrarme a casa y dormí. Dormí. Dormí.

Hoy he vuelto. Trescientos sesenta y cinco días después. He pasado por el banco y he sacado dinero. He mirado al suelo, allá donde Iván murió y he salido. Ahora estoy en el mismo bar, tomando la misma cerveza que antaño. Julia se ha pedido una cola.

Un beso.