HERMINIO EL JUSTICIERO

3:00 de la mañana. Una ciudad cualquiera.

Herminio subió por las escaleras hasta su casa. Vivía en un tercero. Mientras ascendía pesadamente, pensaba en que su mujer y su hijo debían estar durmiendo plácidamente.
Al llegar a la puerta abrió con mucho cuidado para no hacer demasiado ruido. Avanzó con cautela hasta su habitación. Se veía un poco de luz por debajo de la puerta. Debía estar leyendo.

Entró por la puerta y se la encontró follando con un tío. Creía reconocerlo de sus clases de yoga. El típico aprovechado que se hace amiguito de las chicas y cuando hay un momento de debilidad se las tira. Es incomprensible como las tías son tan estúpidas como para caer en ese truco tan fácilmente.
Él les miró. Ellos le miraron. Los segundos se hicieron eternos. Herminio esperaba que surgiese La Furia ©. Pero en lugar de eso, sólo sentía que no le importaba.
Estaba hasta los cojones de lidiar con ella por todo. Por ver quién llevaría al nilño al cole, porque su madre tal, porque no paraba de invitar a sus amigos del club feminista a casa los días de partido. Se peleaban absolutamente por todo. Hasta que se dio cuenta que ya le daba igual. Tanto le daba igual que se la sudaba si follaba con otro. Ella ya no le importaba. Sólo quería un espacio para dormir.

Lo que no podía soportar es que estuvieran follando en SU cama. La cama que había pagado él. Bueno, toda la casa la había pagado él. Así que cogió un cuchillo de la cocina y los mató. Luego fue al cuarto del niño. Era un niño de cuatro años de vida. Vestía con un pijama de globitos amarillos y azules. Dormía como un lirón y tenía un dibujo de sus padres y de él. A Herminio lo había dibujado alto y fuerte. Incluso se podía ver que era guapo, pese a ser un estilo de dibujo un poco surrealista. Se enterneció tanto que decidió asfixiarlo con la almohada en lugar de matarlo con el cuchillo con el que se había cargado a ésos dos cerdos.

Se duchó, hizo la maleta y se fue a Brasil.

Un beso.