EL ORDEN, EL CAOS E IKEA

Según el filósofo agateano Ly Tin Wheddle, el caos va allí donde quiera que abunde el orden. Pero gana el orden porque está mejor organizado.
Basándome en ese principio irrefutable, y secundado por las enseñanzas del genial Maldito Estúpido Johnson *, he adoptado la siguiente afirmación: El caos va allí donde quiera que abunde el orden. Pero gana el orden dependiendo del número de cajones que tenga.
Y es que, una de las maneras más tradicionales es metiendo las cosas caóticas en cajones. Lo que provocan dos cosas:
1. La creación de mini cosmos de caos dentro del orden universal. Eso habla de pequeñas dimensiones paralelas donde, dentro del mismo orden existe el caos.
2. El espacio universal principal queda en plena armonía consigo mismo.

Un efecto parecido al de los cajones es el de la alfombra. El caos abundante en el universo es recluido y vencido debajo de una alfombra. A nadie le importa lo que ocurra en él ya que, en principio, el universo central vuelve a estar en armonía.
Basándonos en este principio, en principio, irrefutable, tenemos que reconocer que la persona, cuanto más cajones y/o alfombras consiga, más ordenado y armonioso será su espacio vital.

Es curioso, porque los seres humanos, seguidores del orden y la armonía, buscamos cuantos más cajones podamos. En el IKEA sobretodo, centro del Orden por antonomasia en cualquier ciudad del mundo. Y uno debería presuponer que, al ser el lugar donde más cajones y lugares-para-el-almacenamiento hay en una ciudad, más difícil sería generar caos.
Pero es mentira, claro. Los seres humanos buscamos crear orden, generando caos en otro lugar. Y que cuantos más seres humanos haya por metro cuadrado, más caos se genera. No hay nada que hacer especialmente. Sólo hay que dejar que la gente se mueva. El caos empieza.
Y como IKEA es un lugar de culto en lo que a armonía espiritual se refiere, la gente cree profundamente que lo importante de verdad es conseguir esos métodos de almecenamiento para su casa… a cualquier precio. Con lo que empiezan a hacer cosas como pegarse entre ellos, colarse o insultarse.

Después de sobrevivir a los ataques indiscriminados provenientes de otros seres humanos, la persona puede llevarse su almacenador en casa donde podrá guardar todo el caos que, debido a la insuficiencia cajoneril, está desperdigada por toda la casa. Es, en ese mismo momento, cuando está la caja y el individuo, cuando la gente se da cuenta de dos cosas:
La primera, que no hay nadie que le va a montar la caja. Que va a tener que trabajar él. Que va a tener que martillear, arrejuntar, entachonar, etcétera.
La segunda es que las instrucciones no tienen letras de ningún tipo. Hay dibujos. Eso sería bueno, si se piensa planamente. Los dibujos son, técnicamente, elementos universales. No es necesario traducir nada. Todo está ahí. El problema es cuando no se piensa planamente y te das cuenta que si los neandertales pasaron del dibujo a la escritura fue por algo muy sencillo: se necesitan decir cosas. Cosas como, por ejemplo, para qué sirve ese cordel con dos botones que hay en una bolsita de plástico con un signo de “Alerta” (ojo, es un signo. Quizás signifique “Desayuno a las doce”). Si las letras existiesen en el maravilloso mundo amarillo sueco, nos pondría que ese cordel es un “antivuelcador”. La persona que comprase un armario de tres metros por metro noventa y que pese más de ciento cincuenta kilos de peso, pensará, con bastante razón, que un cordel de quince centímetros y dos botones no son suficientes para no volcar eso.

Pero recordemos, damas y caballeros, que el caos, en ese preciso momento, mientras construimos nuestro almacenador, está libre en nuestros receptáculos vivientes. Y como no podría ser de otra forma, el caos hace que, de repente, perdamos el destornillador. O el martillo. O que la caja venga sin una de las lisas tablas de madera sueca con la que construir nuestro almacenador. Aunque ya es tarde. El almacenador de caos ya está casi construido. Con un poco de paciencia se termina de alguna manera y ya se puede armonizar la casa como antes…
hasta que haya que volver a por más cajones.

Un beso.

*Matemático e inventor completo. Su ceguera hacia las matemáticas más elementales hacían de cada paso un paseo con peligro.