UN FINAL FELIZ

Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano, una mujer estaba esperando en un aeropuerto. Se llamaba Rose y tenía 38 años. Estaba esperando a su pareja, Axl, siete años más joven. Ella trabajaba de ayudante de un diseñador, pero poco importa. Él trabajaba de piloto aéreo.

Ella le esperaba con un regalo en la mano. Una botella del whisky más caro que pudo encontrar. Iba a ser como en las películas. Él volvía de un largo viaje. Se añoraban el uno al otro. Acabarían en el piso de ella, follando salvajemente.
Al cabo de un rato de esperar delante de las cintas transportadoras del equipaje, salió él. Iba acompañado de una azafata jovencita. Quizás veinte años. Iban abrazados y besuqueándose.
La cara pasó por toda la gama de colores Pantone. Incluso se le resbaló la botella, cayéndose al suelo. Pero ni con el estruendo, ni salpicando de alcohol a unos cuantos pasajeros hicieron que él se girase. Iban ciegos de amor. Qué bonito.

Así que decidió seguirles. Ellos iban en un taxi. El típico amarillo. El de toda la vida. Ella iba en un todoterreno de ciudad. De esos caros. Además llovía y era difícíl distinguirlos entre la cantidad de coches que pasaban.
Poco después el trayecto se hizo más claro. Iban a casa de ella, supuso. Un apartamento pequeño y aceptable cerca del parque. Ella aparcó cinco minutos después de que los tortolitos subieran. Aparcó en doble fila. Se quedó en el coche, mirando. Pensando qué hacer. ¿Subía y le daba una sorpresita y le armaba el Cristo?, ¿se quedaba a ver qué pasaba a continuación?, ¿se marchaba?. Decidió quedarse en el coche.

Pasaron horas y horas y Rose estaba en el coche, mirando por la ventanilla en dirección al portal. Tomaba un cafetito espresso que se había comprado hacía veinte minutos. Escuchaba a Frank Sinatra. Le gustaba esa mezcla entre la modernidad de su todoterreno, y su gusto musical totalmente clásico. Creía hacerla interesante.

Él bajó con su nueva amiga cogidita del brazo. Le pidió un taxi y se despidieron con un par de besitos. Cuando el taxi se hubo marchado, él volvió a subir.
Fue cuando ella se marchó. Seguía sin saber qué hacer, así que siguió conduciendo. Estaba angustiada y dolorida. Empezó a pensar que era demasiado mayor ya para ir andando buscando nuevos novios. Creía que lo que tenía que hacer era tragarse el orgullo, no decir nada y apechugar que su compañero, empezase a encontrar más atractiva a mujeres más jóvenes. Llevaban siete años juntos y ella le quería. Y seguro que él a ella. Con un poco de suerte no volvería a pasar. Aunque podría soportarlo.

Mientras aparcaba delante de su casa, cuando se dio cuenta. Había sido él quien había subido. Él. Esa no era la casa de su novio. Ella sabía dónde vivía realmente. Ese no era Axl. ¡Se había confundido de tipo!.
Aceleró y se fue al aeropuerto, volando por entre otros coches y atravesando los semáforos como si no existieran y allí estaba. Empapado. A punto de coger un taxi.

Ella se había confundido. Y él seguía esperándola.

Un beso.